Hace
poco estuve viendo por segunda o tercera vez la película “Good Bye, Lenin!”. En
ella se evidenciaba la diferencia que existía entre la poderosa capitalista
República Federal Alemana (RFA) y sus vecinos comunistas de la República
Democrática Alemana (RDA). Y esta diferencia se plasmó también en el fútbol. La
RDA tenía buenos deportistas (atletas, gimnastas, …) pero en el deporte rey
había una clara diferencia.
En 1974
se disputó por primera vez un Mundial en la RFA. La anfitriona era una de las
favoritas, ya que eran los actuales campeones de Europa, contaban con el
aliento del público y tenían una generación de jugadores de primerísimo nivel,
con Beckenbauer a la cabeza. La RDA participaba por primera y única vez en un
Mundial de fútbol, con un equipo amateur
(al igual que el que presentó la RFA cuando ganaron el Mundial de Suiza en
1954), y la suerte quiso que ambas Alemanias quedasen encuadradas en el mismo
grupo.
Al partido
entre RFA y RDA llegaron los dos con jugándose la primera plaza: a la RFA le
bastaba con empatar, mientras que sus vecinos tenían que ganar sí o sí para
encabezar el grupo. Era 22 de junio, y en el Volksparkstadion de Hamburgo se
daban cita 60,200 espectadores para ver algo inesperado: Juergen Sparwasser
anotaba el único gol del partido en el 77’, dando la victoria a la RDA, y
erigiéndose en héroe nacional.
El
primer puesto no le sirvió de mucho a la RDA, ya que quedó encuadrada en la
segunda fase con Argentina, Brasil y Holanda, mientras que a la RFA le sirvió
como un toque de atención de que no se podían relajar si querían conquistar el
título, que acabaron conquistando al imponerse a Holanda en la final por 2-1.
Pero
ese gol de Sparwasser sirvió para que la RDA sacara pecho: vencer al gran
enemigo profesional y capitalista con un equipo amateur y comunista y hacerlo en su casa frente a su público. Se
sintieron campeones del Mundo por un día; campeones de su mundial particular…
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